Manoli Rodríguez
Según se iba aproximando la Semana Santa, el “gusanillo” de la espéleo (que no para quieto), empezaba a morder nuestras ansias de descender de nuevo a las entrañas de la Tierra.
El plan era subir a Cantabria, ¡eso ya sonaba fenomenal! … La propuesta inicial era echar una mano a unos compañeros de Cantabria, con apoyo logístico incluido, pero la experiencia nos demostró una vez más, que muchas veces, los planes no siempre salen como se programan y que es necesario adaptarse a las circunstancias…
Otra tarea que queríamos hacer, era la de rehacer la descripción de la travesía Narizón – Palomas para publicarla posteriormente.
En la “Viana house” de Carasa nos juntamos la “Alicia Family” (Ali, Jesús, Dani y Azahara), Fran y Ana, Pedro y los “Azañón”(Álvaro y yo, Manoli).
Ali, Jesús, Álvaro y yo, llegamos el miércoles 23 a mediodía y nos acercamos a ver el agua que salía por la Cubera y a la cascada del Asón. Nos zamparnos unos sabrosos pinchos en Gibaja y tras un buen paseo por Laredo, nos fuimos por víveres para llenar la despensa.
El jueves 24 nos levantamos sin prisa y pudimos desayunar tranquilamente mientras decidíamos los planes para el día. La propuesta era hacer algo corto, por ejemplo, la Vallina – Nospotentra, para que no hubiese mucho desgaste para el día siguiente, que era el “día grande”.
VALLINA – NOSPOTENTRA
La tropa se movilizó hacia Bustablado. Cuando llegamos, había un coche y dedujimos que algún grupo estaría dentro.
Foto de familia (ansia viva espeleológica)
Hacía un día estupendo, ¡qué digo!, ¡más que estupendo!, ¡qué calorrrr! Y con esa guisa de espeleólogos …
Tanto la entrada como la salida están muy cerca del lugar donde dejamos los coches. El camino hacia la boca se realiza por una ladera que conduce fácilmente a la cueva, y ¡con sombra! Ya en la boca, todos agradecimos el fresco que exhalaba la amplia entrada.
Pedro a su bola y Dani «se subía por las paredes»
Seguimos adentrándonos hacia su interior hasta llegar a la gatera que da acceso al resto de la cueva. Nos alegramos mucho cuando comprobamos, que en esta ocasión estaba seca. Seguramente el grupo anterior se había dedicado a las labores de achique. Avanzamos como procesionarias, uno tras otro, arrastrándonos por la gatera y por el corto laminador. Cuando le explicamos a Fran para qué servían los sofisticados instrumentos de secar (esponja gorda de diseño y garrafa rústica artesanal), se pensó que estábamos de cachondeo. ¡Menos mal que siempre hay algún espeleólogo al que se le ocurren “ideas felices” de este tipo y que te sacan de un apuro!
Tras el arrastre llegamos al primer pozo, el P10, al que se accede tras un pasamanos.
Ana bajando el P10
Seguimos avanzando por una cómoda galería que nos permitía ir hablando unos con otros, hasta que llegamos a la trepada de 23m. Según subíamos los compañeros hablaban menos jj. Desde lo alto se puede contemplar el recorrido de la Galería Vallina. Avanzamos por el Corredor de los Brillos y pudimos apreciar cómo brillaban los pequeños y cristalinos estancamientos de agua que lo recorren.
Enseguida nos encontramos con un amplio pozo, que está dividido en un tramo de 12 y otro de 18.
Trepada de acceso al P13
Álvaro disfrutando del último pozo,¡son como niños!
El recorrido nos condujo hasta una zona en la que en algunos tramos hay que progresar agachados, con el consiguiente pitorreo de los más bajos al ver a sus compañeros más altos, avanzar con el cuello doblado como un flexo. Cuando llegamos a una sala con el techo alto, Ali y Dani “desaparecieron” por un agujero para realizar labores de exploración (esto suena muy bien, pero la verdad es que, como no pueden estarse quietos, se fueron a cotillear a ver qué veían). Los demás aprovechamos para dar cuenta de las chuches y de los conguitos que nos estaban esperando en la saca.
Hora del recreo
Una vez todos juntos nos dirigimos hacia la salida, un pequeño agujero, que tras una trepada por una gatera ascendente, te “expulsa” al exterior. ¡Qué bien viene la raíz “en fijo que hay instalada” en la salida, ja, ja, ja.
Azahara en la salida
Una vez fuera, nos encontramos con los compañeros que nos precedían. Eran del grupo gallego Madruga. Pasamos un rato muy agradable hablando con ellos.
Ahora nos quedaba la subida hasta los coches, que en vez de hacerla por la senda que conduce cómodamente hasta el “aparcamiento”, Dani, en plan cabra, tiró monte arriba y aún no comprendo por qué los demás hicimos lo mismo. ¡Qué gregarios somos a veces!
Ya en la casa, refrigerio y merendola, y por supuesto, una reconfortante ducha calentita.
Durante la cena, como siempre, no faltaron los comentarios y nos reímos con las anécdotas de la jornada.
Había que perfilar la actividad para el día siguiente. Con gran pesadumbre, pensamos que cada vez era menos factible el plan inicial, ya que todos los meteoros (lluvia, nieve…) habían hecho su aparición los días anteriores y su temida acción había quedado patente en el subsuelo.
Aliii: “Guarda las colchonetas para mejor ocasión”.
Había dos posibilidades, hacer Sol Viejo o Narizón – Palomas. Finalmente decidimos visitar Sol Viejo y posponer la cita con el Narizón para el sábado.
Viernes 25, repetimos la escena, nos despertarnos sin prisas y sabroso desayuno relajaditos.
Pusimos rumbo hacia Secadura. Cuando llegamos, había “lista de espera” para entrar en la cueva, así es que, decidimos utilizar el plan B. Otra vez en los coches, destino Sámano, con la intención de visitar Narizón – Palomas.
NARIZÓN – PALOMAS
La idea de hacer esta travesía nos apetecía mucho, ya que no la había hecho nadie del club y nos movía la curiosidad. Además, como he dicho anteriormente, nuestra intención era rehacer la descripción y matizar los detalles para su posterior publicación.
La entrada y la salida están muy próximas entre sí, así es que la travesía es como rodear la montaña por dentro.
La ladera sobre la que se asienta la cavidad se alza sobre el polígono industrial del Vallegón, lo cual desmerece las vistas a las que estamos acostumbrados a contemplar desde la boca de otras travesías.
La gran piedra situada junto a la entrada parece realmente una cara esculpida en la montaña con una nariz enorme, como en la de la sátira de Quevedo (“Érase un hombre a una nariz pegado…”).
«Una foto de narices»
Cuando llegamos, vimos que había un grupo numeroso de espeleólogos haciendo cola en la entrada y decidimos tomárnoslo con calma. Eran los de Piezo y compañía, con los que se acordó que cuando salieran, montaran nuestra cuerda, puesto que ya había dos puestas.
Una vez que la montaña engulló a todos los aspirantes a adentrarse en su interior, comenzamos la subida y uno tras otros nos fuimos colando por el pequeño agujero que da acceso a Narizón.
Boca de entrada
ras avanzar unos metros, llegamos a la rampa de 10 m con cuerda fija. Bueno, más que cuerda era maroma de barco… Cada uno bajó a su manera. Álvaro montó la cuerda en C en el stopper y resultó un acierto, porque el descenso se realizó cómodamente.
Sala después del P10 (antes de empezar a gusanear)
A partir de aquí, la cueva se hizo muy divertida porque se iban alternando agujeros y toboganes. Llegamos a un pasamanos que nos permitió descender al acceso hacia la Galería de la Esperanza, una sala con formaciones muy bonitas y con numerosas gateras que conducen a distintas direcciones. Fue necesario hacer un alto y tomar nota del camino correcto.
En este punto, se acabó lo bueno, porque la cueva de repente, empezó a encogerse y comenzaron a alternarse los laminadores y los pasos estrechos. Esta fue la tónica dominante en toda la travesía.
Llegamos a un laminador plagado de formaciones a modo de jaula. Para pasarlo, fue necesario ir sorteando con cuidado las pequeñas estalactitas y estalagmitas que formaban un bonito laberinto.
Por fin, podemos sentarnos en una zona en la que el techo del laminador se hace un poco más alto, con muchas formaciones y curiosas piedras que cuelgan del techo.
Galería de la Esperanza (foto cedida por el Grupo Madruga)
Avanzamos unos metros y nos situamos en la cabecera del Pozo de la Esperanza, un P25 que es una estrecha diaclasa dividida en tres tramos. Llegamos al “Narizón Night Club”, con tienda de campaña incluida. Allí nos encontramos con el numeroso grupo de Piezo…
Ali y yo en el «Narizón Night-Club»
En esta zona merece la pena desviarse para visitar la parte más bonita de la cavidad: la Joyería, una pequeña sala decorada con paredes que brillan. Se accede a ella a través de un laminador.
Fran en la Joyería, ¡qué joya de chico!
La Joyería, otra joya del Grupo Madruga
Cuando nos juntamos todos de nuevo en el “Narizón Night Club”, nos encontramos con nuestros amigos del grupo Madruga. Pasamos un rato divertido. Ellos se quedaron un rato sacando fotos, por lo que saldrían después que nosotros. Les preguntamos si había algún problema en utilizar su cuerda para salir, ya que ellos habían entrado antes y la dejaron instalada. Nos contestaron que no les importaba, cosa que agradecimos un montón.
Comenzamos de nuevo a arrastrarnos, esquivando las numerosas estalactitas de la Galería del Cementerio Macarrónico y dejando atrás los “cadáveres” de las que ya estaban rotas… Llegamos a uno de los pasos más estrechos e incómodos de la travesía, el Paso del Macho Cabrío. Es un paso retorcido y estrecho en el que el espeleólogo pone a prueba, una vez más, su capacidad para jugar al tetris con su cuerpo. Después descendimos el P13, una estrecha grieta que nos introduce en Torca Palomas. Seguimos y seguimos arrastrándonos y retorciéndonos hasta llegar a la Galería del Oso Sudoroso. Con ese nombre, la verdad, no nos esperábamos nada bueno… ¡De oso nada! Os digo yo, que por ahí no pasa un oso. Nos reencarnamos de nuevo en lombrices y restregándonos otra vez por el suelo, dimos con nuestros huesos en la Sala de la Encrucijada, ¡por fin podemos ponernos de pie!
El río, ya cerca de la salida
Avanzamos ya hacia la salida y agradecimos el aire fresco que entraba de la calle. ¡Ya se veían los tres ojos de la torca! Uno por uno empezamos a trepar por la embarrada rampa que forma la base del P30. Mientras esperábamos, volvimos a encontrarnos con nuestros compañeros gallegos y nos dio tiempo a charlar un rato.
Una vez fuera, recorrimos el corto descenso que nos llevaba a los coches. Y no se no ocurrió otra cosa que meternos en el río para quitarnos las toneladas de barro que llevaban nuestras botas y los trebejos.
Partimos hacia la casa, y una vez allí, hicimos lo que más nos gusta, reirnos y comentar una y otra vez todo lo sucedido durante el día, mientras nos reconfortamos con un buen aperitivo y unas refrescantes bebidas.
Durante la cena, seguimos con los comentarios y no fuimos capaces de acabarnos una tarta de siete leguas, tamaño XXL, que habíamos comprado para celebrar el cumpleaños de Azahara. ¡Qué flojos!
El plan para el día siguiente era hacer Sol Viejo. Álvaro y yo nos íbamos el domingo temprano, por lo que decidimos acompañarles sólo hasta la entrada y luego dedicarnos a hacer la fotosíntesis realizando una ruta por la zona.