Salimos para Ronda el viernes por la tarde, y nos instalamos en un simpático hotelillo de la ciudad (que pijos nos estamos volviendo)
A la mañana siguiente, madrugamos un poco y a las 9 y media ya estábamos dejando el coche en el parking de la Cueva del gato. La boca se ve desde la misma carretera, así que bromeamos un poco sobre si haría falta colgar un track de la aproximación.
Al dejar el coche me di cuenta que no traía ropa de repuesto, asi que me tocó hacer la subida a Hundidero con el peto del neopreno puesto, menos mal que el calor nos respetó un poco.
Lloros aparte, en diez minutos estábamos con el coche en el parking de Hundidero, donde el acceso hasta la cueva es por un sedero con escalones labrados, y barandilla con cable de acero (efectivamente nos estamos ablandando)
En la misma boca de la cueva se abre un pozo, que la descripción dice que sirve para ver el nivel de agua que vamos a encontrar en la cueva. Estaba totalmente seco.
¡Aquí nos vestimos de torero, y para dentro!
Tras apenas 100 metros (por cierto, que pedazo de entrada, es una maravilla poder recorrer esta entrada con luz natural) en un giro a la derecha aparece el primer resalte. Quizá el ver una magnífica cadena inoxidable hizo que nos pudiese el ansia, y montamos un rapel. Bajé el último, y al comprobar que había olvidado quitar el mosquetón, confirmamos que se podía haber subido y bajado el resalte sin ninguna cuerda.
Tras esto, encontramos el primer rápel de verdad, que directamente te deja en el agua del primer lago. Desde aquí se suceden los lagos, casi de continuo, y realmente es una gozada. Impresiona ver la cantidad de material que se ve abandonado (cables de acero, palancas, “clavos” de un metro de largo, traviesas…)
Así entre chapuzones fuimos alternando lagos con rapeles, pasamanos… hasta que nos encontramos con la sala de los Gours. Es una colada enorme de gours que se solapan desde más de 15 metros de altura.
Pasamos por debajo y enseguida llegamos a la galería de la ciénaga. Esta resultó estar más baja de agua de lo debido, y tras los primeros diez metros, contra lo que dice la descripción, se convirtió en un triste lodazal donde nos clavábamos hasta la rodilla. Así entre barro y risas conseguimos superar este tramo. Tan solo merece comentar el pequeño incidente con un salpicón de barro que me dio de lleno en la cara cubriéndome ambos ojos de lodo. Nos tuvimos que detener unos minutos hasta que consiguieron sacarme el barro de los ojos, ya que no podía ver nada.
Poco después llegamos a la plaza de toros, que realmente sorprende por sus dimensiones. Aquí teníamos pensado hacer la primera parada, pero una simpática corriente de aire nos hizo cambiar de opinión.
De este modo seguimos avanzando y enseguida (previo paso de otros dos lagos) encontramos la gran estalagmita.
Aquí nos paramos a comer, cambiar pilas, limpiar el carburo, foto de equipo…
Una vez repuestas las fuerzas seguimos adelante a través de una amplia galería con sus simpáticos lagos. Sorprende encontrar la presa; ¡hasta aquí entraron los trabajadores para intentar retener el agua!
El siguiente obstáculo es el cabo de las tormentas. Este lago nos resultó especialmente duro, por la fuerte corriente de aire, y porque no esperábamos un lago tan largo. De hecho algunos tuvimos que parar a mitad del lago a descansar agarrados a una roca.
Algo machacados por el agua avanzamos hasta llegar a la placa de Vera. Aquí un nuevo descansillo, y afrontamos los últimos lagos.
Tras superarlos nos metimos en la galería del aburrimiento. Aquí nos quitamos la chaqueta del neopreno dispuestos a padecer un calor insoportable como decía la descripción. La realidad es que, aunque realmente merece la pena quitarse la chaqueta, este tramo es un verdadero descanso, sin que llegásemos a pasar calor en ningún momento.
Nos pusimos de nuevo las chaquetas para cruzar el lago del pasamanos y el lago 1.100, que por cierto estaba casi seco.
Sin las chaquetas otra vez, avanzamos hasta la sala de las dunas. Este punto es claramente identificable.
Desde aquí en un agradable paseo llegamos hasta la gran pared, desde donde se puede ver la claridad del sol que se cuela por Gato.
Animados por esta claridad que se intuye al fondo seguimos adelante, hasta reencontrarnos con el agua en los lagos de las marmitas.
Desde aquí hasta la calle tan solo queda un agradable baño.
La nota cómica la puso nuestra salida, ya que la poza que hay a la salida de la cueva estaba llena de bañistas y gente que venía a pasar el día. La cara con la que miraban al grupo de descerebrados que salían por la cueva vestidos de torero no tenia precio.
Conclusión: una travesía muy agradable y divertida que nos costó siete horas incluidos los descansos.