Manoli Rodríguez
El puente de diciembre es un pretexto perfecto para escaparse a Cantabria y por supuesto, en nuestro caso, para hacer turismo subterráneo. El Señor Paco propuso hace algún tiempo visitar la parte menos conocida de Rubicera y nos habló de la Teta y de los Pelillos… y en verdad os digo que hablo en términos espeleológicos, aunque pueda parecer cualquier cosa.
Nos apuntamos sin dudarlo Dani, Alicia, Álvaro y yo, y esta vez también se vino Miguel Ángel.
Quedamos temprano el sábado 9 de diciembre, en el aparcamiento del Coventosa y nos dirigimos hacia el “parking” de la Rubicera. En esta ocasión pudimos subir unos metros más arriba y dejarlo al lado de una cabaña que nos vendría genial para cambiarnos a la vuelta ya que amenazaba lluvia.
Antes de comenzar debíamos hacer la foto de grupo y ahí os la dejo…
1ª foto de grupo ¡espectacular!
Fue un momento muy divertido. El Señor Paco colocó el móvil en una repisa, apoyado en una mini piedra y según estábamos preparados y sonrientes… ¡plof! se cae el móvil y se dispara la foto. Segundo intento y objetivo conseguido.
Iniciamos el ascenso, mentalizados de la hora y media de aproximación que teníamos por delante y “to parriba”. Momento de pensamiento positivo según subo (la vuelta es “to pabajo”).
Lucía un sol espléndido y según ascendíamos las vistas eran cada vez mejores. Contemplar la cascada del Asón desde esa altura y los collados recompensaba la subida.
Llegamos arriba del todo y ya nos salíamos del mapa, así es que giramos para descender hacia las dos canales que había que destrepar. Como había estado lloviendo los días anteriores y la pendiente era fuerte había que ir con más ojos que un serón de boquerones para no resbalar. Llegamos hasta las piedras donde debíamos instalar la primera cuerda, pero la maleza había tapado el anclaje y no se veía. ¡Nada! Que no se ven, así es que Miguel Ángel y Alicia se aproximaron a la pared opuesta y nos gritaron que podía destreparse por allí. No lo veo claro, pero Álvaro inicia el descenso y decidí seguirle. Efectivamente, con cuidado, fuimos bajando y una vez abajo, oímos que Paco y Dani habían encontrado el dichoso anclaje y decidieron dejar instalada la cuerda.
Seguimos bajando hacia la segunda canal y Alicia vio que había ya una cuerda instalada y no hacía falta poner la nuestra.
De ahí a la boca de la cueva solo quedaban unos metros de pendiente.
Por fin llegamos a la gran boca de la Rubicera. Las vistas desde ahí son espectaculares. Entramos por el vestíbulo de la cueva, una gran abertura en la montaña que nos conduce hacia las entrañas de la Tierra. Subimos por una resbaladiza rampa y seguimos los escalones que hay tallados lateralmente con cuidado de no “espurrinar” y volver a la casilla de salida. Llegamos así a la gran Sala Rubicera. Seguimos bajando por el caos de bloques y llegamos a El Bosque, una zona una con unas curiosas estalactitas que dan nombre a la sala ¡qué bonito! Continuamos camino y llegamos a una empinada rampa de arena que descendemos con cuidado porque no queremos ganar el premio del espeleólogo más rápido sin “piños”. Me sorprendió que, en ese espacio tan grande, el único acceso posible sea El Paso de la Licuadora. Una gatera vertical de 20 m entre los que te vas retorciendo numéricamente, o sea, empiezas como un cuatro, te mojas bien por el torrentillo de agua que va escurriendo en su interior, sigues como un siete, para terminar como un uno. Finalmente te deslizas todo empapado por una rampa con un suelo de barro oscuro y resbaladizo. En ese momento, recordé esa frase que utiliza mi gran amigo Pepe en sus reportajes “¿Qué por qué me gusta la Espéleo?, ¡porque no hay nada mejor!”. Os aseguro que sonaba en mi cabeza muy sarcástica, jjj.
La Licuadora
Seguimos adentrándonos en la cavidad y comenzamos con la rutina básica del espeleólogo en la que utilizamos todos los verbos que implican movimiento: subimos, bajamos, nos agachamos, giramos, nos apretujamos, trepamos, descendemos, nos estiramos y poco a poco recorremos los laberintos que esconde la Tierra. La actividad te atrapa; es inexplicable esa sensación que se siente cuando estás junto a tus compañeros avanzando por la tenue luz de nuestros frontales que iluminan la oscuridad.
«Los dientes de perro»
Continuamos por una estrecha galería y seguimos descendiendo hasta una bifurcación.
Progresamos por galerías más amplias y tras un paso bajo ascendente, llegamos a La Sala del Balcón que atravesamos. Seguimos con la misma dinámica y llegamos a una galería baja que nos conduce a una sala caótica con un bloque resbaladizo en el suelo, La Sala Deslizante, (¡que apropiado el nombre!)
Bloques, galerías… ¡vamos, lo normal en estos casos! y entramos en una sala pedregosa, la atravesaros y llegamos a un pasaje obstruido por 2 bloques gigantes (La Muela) que pasamos por encima y comprobamos que goza de buena salud y no tiene caries. Estábamos ya cerca del resalte de 2 metros que destrepamos y nos condujo a La Sala de La Biére. Decidimos hacer un alto para comer.
Nos quedaba lo mejor. Llegamos a la parte más bonita del recorrido, una galería repleta de formaciones preciosas, La Galería de Las Tetas y ver las excéntricas negras del Meandro Norte, galerías laterales de dimensiones grandiosas y su gran estalagmita que da el nombre a la galería donde se encuentra (La Teta) y que efectivamente es una mama perfecta.
La Teta
Sala de Las Tetas
Nos llamó también la atención las pequeñas galerías que se adentran lateralmente en las paredes y que a modo de maquetas asemejan galerías diminutas y el Río Negro de calcita. Sin embargo, lo más espectacular y el broche de oro de esta aventura fueron “Los Pelillos”, unos hilos finísimos de cristal de yeso muy difíciles de ver.
Meandro norte
Los Pelillos
Mini galerías
Nos quedamos contemplándolos ojipláticos, ¡qué maravilla! Pasamos un rato estupendo, era como el Multiaventura de la Rubicera. Con pocas ganas de salir de allí, volvimos de nuevo a La Sala de la Biére. Paco intentó encontrar Los Arañazos, pero no hubo suerte. Queda pendiente para la próxima…
Desandamos nuestros pasos que nos condujeron de nuevo al tobogán resbaladizo de la salida.
Las últimas luces de la tarde iban borrando el paisaje y una fina lluvia calaba poco a poco nuestros cuerpos. Nos dirigimos hacia la primera canal y uno a uno fuimos trepando por la empinada pendiente. Pegados al farallón pronto alcanzamos la segunda canal y ya de noche nos quedaba una hora hasta llegar a los coches.
Agradecimos el tejadillo de la cabaña del improvisado parking para quitarnos la ropa mojada y vestirnos de personas.
Ya en el albergue la ducha calentita nos entonó y bajamos para cenar todos juntos. Es el mejor momento del día, quien lo ha vivido sabe a lo que me refiero. Compartimos los momentos divertidos y miradas de complicidad con un pensamiento recurrente en nuestra cabeza… ¿para cuándo la próxima?
“Cuando inicias una aventura, nunca termina, porque es recreada una y otra vez a partir de nuestros recuerdos. La mente nunca puede desprenderse de ella”.
Galería de fotos
Buena crónica Manoli, mejor no se podía explicar nuestra aventura en esta cueva