Coventosa


Manoli Rodríguez

Después del paréntesis veraniego y con los buenos recuerdos de la Tonio todavía rondando por la cabeza, la idea de hacer una escapada a Cantabria nos apetecía cada vez más a  Álvaro y a mí.
Por lo visto, el gusanillo de la espéleo, que no para quieto, le había picado a más de un “viana” y la escapada a tierras cántabras, más que una escapada se convirtió en un éxodo, ya que al final nos juntamos unos cuantos.
El plan era hacer la travesía Riaño-Hoyuca y, como otras veces, el cuartel general se estableció en la casa de Carasa.
Álvaro tenía desde hace muchos años una espinita clavada con la Coventosa. Cuando empezó a hacer espéleo siendo un chaval, por diferentes circustancias, siempre acababa en otra cueva y después lo había ido dejando siempre para otra ocasión, así es que, aprovechando que, a él, a Jesús y a la redactora, lo de Riaño no lo teníamos claro, preferimos montarnos un plan más relajado . Decidimos hacer por la mañana Coventosa y por la tarde la Vallina, ya que tampoco la conocíamos.
El viernes por la noche, ya en Carasa, mientras cenábamos, se iban perfilando los planes.
Ali tenía el “corazón partío” porque por un lado el plan de Riaño la seducía, pero por otro, venirse con nosotros a Coventosa y reirnos un buen rato, como siempre, también le apetecía.
Al final decidió venirse con nuestro grupo.
Por la mañana temprano ya estaba la casa que bullía, se olía el ansia de escaparnos cada uno a nuestros agujeros. Después de un buen desayuno acompañado de un café de puchero a la antigua usanza, cada grupo puso rumbo a su destino.
La aproximación a la Coventosa se hace por una senda corta y muy agradable. Las vistas son preciosas, así es que te puedes permitir el lujo de ir recreando la vista.

Ali, después de lo de la T1, decidió hacerla a la pata coja, para disfrute y regocijo de los que la veíamos. Advierto a los que se lo han creído, que aunque Ali es muy ágil, la cabeza aún la tiene en su sitio, a pesar de los “cienes y cienes” de coscorrones que se ha pegado en las cuevas.

La entrada es una enorme oquedad en la montaña que te engulle como una gran ballena. Una vez dentro, las dimensiones de la cueva siguen siendo muy grandes y te vas haciendo a la idea de que la tónica general de la cavidad va a ser así. ¡Menudo disgusto nos llevamos todos! ¡con lo que nos gustan las estrecheces y las penurias!
– Bueno, ¡qué se le va a hacer!, nos consuela Ali, otra vez será… jjj.
Repuestos del mal trago, llegamos al primer pozo, allí vimos unas antiguas escalas que aún colgaban de un gigantesco clavo metido en la roca. El clavo era de la talla XXXL, igual que los que aparecen en los tebeos de Mortadelo. Nos encaminamos hacia la mítica Sala de los Fantasmas. Cuando la vimos Álvaro y yo, que éramos los únicos que no la conocíamos, nos quedamos impresionados por la belleza que nos rodeaba. Es uno de esos momentos que te sientes “elegido para la gloria” y piensas en lo que se están perdiendo los amigos a los que no les gusta esto de la espéleo. Armados con la cámara, “perseguimos” a los fantasmas por todos los rincones de la sala.
Las risas y los comentarios llenaban el silencio que durante años han acompañado a estos espectros convertidos en piedra.

Salimos de allí y volvimos sobre nuestros pasos hasta la base del pozo de entrada e iniciamos el recorrido para adentrarnos en la grandiosidad de la Coventosa. Después de la bajada del Gran Declive, llegamos a la Galería del Metro. De repente, un cañón enorme nos rodeaba y nos  acordamos de las películas de los indios que veíamos cuando éramos pequeños. Lo recorrimos los cuatro juntos en paralelo, ya que su anchura permite recorrerlo cómodamente.
Unas cuantas trepadas entre bloques y algún pozo que hay que subir, nos situó en el largo pasamanos de acero, que tras otro pozo que bajamos nos dejó en los gou
rs.

El río, en este tramo de la cueva, llevaba poco caudal, así es que decidimos continuar hasta que el agua nos impidiese seguir sin mojarnos.

Fuimos andando por la pared cuán vulgares lagartijas para no meter los pies en el río y así llegamos a la playa. Decidimos hacer allí el picnic.

Después continuamos cruzando el río y subimos un resalte utilizando la cuerda fija. Seguimos unos cuantos metros más destrepando unos bloques hasta que ya era inevitable mojarse, por lo que tuvimos que dar por terminado nuestro recorrido.
La vuelta se hizo más corta. Nos acercamos a ver la Galería del Vivac desde la que se ve la majestuosidad del cañón.
Seguimos ascendiendo para salvar el Gran Declive y enseguida nos plantamos en el pozo que nos conduce a la entrada. Álvaro decidió subir por las escalas para recordar viejos tiempos, y a Ali le dio envidia e hizo lo mismo. Yo subí detrás de Jesús desmontando la cuerda del pozo.
Ya estábamos de nuevo en la gran boca de la Coventosa, que nos condujo al exterior.

Todavía era pronto, nos quedaba parte de la tarde por delante. Valoramos si después de comer algo, nos íbamos a hacer la Vallina. Al llegar al coche, estábamos deseando quitarnos “la costra”, así es que pensamos  que nos apetecía más ir hacia las casucas de Asón, comer y hacer la ruta hacia la cascada.
Cuando llegamos a Carasa, ya estaban allí los demás compañeros. Y el final ya os lo podéis imaginar… ¡CHULETING! Y comimos, bebimos y mucho nos divertimos.
El domingo amaneció un día espléndido y nos regaló uno de esos días soleados de septiembre que nos permitió desayunar en el jardín, sin prisa… relajados y comentando de nuevo las anécdotas de la jornada anterior.
Los “Azañón “ y los “Alicia” decidimos pasar el resto de la mañana paseando por la inmensa playa de Laredo. Luego comida en Ramales y la inevitable vuelta a casa.
Como siempre, fue un fin de semana inolvidable “en familia”, de esos que recordaremos una y otra vez en las jornadas de “limpieza de material” jj.

 

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