Sima Berger, <-1.000 m. Francia: Aventura Bajo Tierra y en la Carretera (28-07 al 05-08-2024) 1


Raúl Calero

La aventura comienza con la emoción a flor de piel. Partimos de Alovera  (Guadalajara) rumbo al Campamento Internacional de la sima Berger, con un único objetivo en mente: descender a la primera sima de la historia en la que se alcanzó la cota de -1000 metros. En el coche íbamos Pedro, Chechu y yo, con el coche literalmente cargado hasta el tope. Llevábamos de todo: comida, utensilios de cocina, equipos individuales para espeleología y barranquismo, y material colectivo para cualquier actividad que pudiéramos organizar. Afortunadamente, la sima de Berger ya estaba completamente equipada por la organización, lo cual nos aligeraba un poco la carga.

Después de un par de horas de viaje, hicimos una parada en Alcolea para recoger a Ángel, y así, el equipo estaba completo. Nos dirigimos a Montpellier, donde pasaríamos la noche en un Airbnb que habíamos alquilado. La dueña era una señora encantadora, y aunque la comunicación no era del todo fluida —entre francés, inglés y mucho «Spanglish«—, Chechu, con su capacidad de adaptarse a cualquier idioma, se las ingenió para hacernos entender. Tras una ducha rápida, nos preparamos una ensalada campera en el apartamento y, exhaustos pero emocionados, nos fuimos a dormir.

29 de julio: Llegada al campamento.

Sin prisas, nos levantamos después de haber disfrutado de una noche fresca en Montpellier. Tras un desayuno generoso de café, tostadas y sobaos, volvimos a la carretera, pero decidimos hacer una parada en la ciudad costera de Sete. Allí nos encontramos con un encantador pueblo lleno de canales y casas de colores que parecían sacadas de un cuento. Paseamos por las calles disfrutando del lugar, aunque un enorme bloque de pisos de diez plantas, claramente fuera de lugar, nos recordó cómo algunas decisiones urbanísticas pueden estropear el paisaje.

 

Después de la visita, nos dirigimos tranquilamente hacia el campamento, ya que no nos esperaban hasta las 18:00 h. para el briefing. Aprovechamos para parar en un Lidl y comprar algunas cosas que nos faltaban. Al llegar al campamento, nos sorprendió ver lo bien organizado que estaba: una enorme pradera con baños secos, duchas con agua caliente y carpas con mesas y bancos. Todo estaba muy bien montado. Nos acomodamos, montamos la tienda y las mesas, y comenzamos a charlar con la gente mientras esperábamos que llegara la hora de la charla informativa.

Hablamos con Remí, uno de los organizadores, quien nos contó algunos detalles sobre la cueva, aunque insistió en que esperáramos la charla en español, que, curiosamente, nunca llegó. Intentamos apuntarnos para entrar temprano a la cueva, evitando el tráfico, pero para cuando nos dimos cuenta, las únicas horas libres que quedaban eran a las 5 de la mañana o a última hora. Como buenos españoles, optamos por la segunda opción, dejando de lado el madrugón.

 

30 de julio: Entrada a la sima.

Nos acostamos temprano y al día siguiente nos levantamos sobre las 8:00. Desayunamos bien para prepararnos para la gran jornada. El coche nos llevó durante 45 minutos hasta la entrada del camino hacia la boca de la sima, y luego caminamos otros 45 minutos más cargando nuestro equipo. No fue hasta las 11:15 que nos encontramos listos para empezar la aventura.

 

La primera parte del descenso consistió en varios pozos fraccionados, muchos de ellos equipados con dos cuerdas, lo que facilitaba la progresión. Después de bajar durante entre 30 y 45 minutos, llegamos a una zona de meandros. Algunos estaban desfondados y equipados con pasamanos, pero otros no tenían ningún tipo de protección. Aun así, el riesgo era mínimo. Este tramo nos tomó entre 40 y 50 minutos.

Superados los meandros, descendimos varios pozos más, hasta alcanzar una gran galería descendente que nos llevó al campamento de -500 m. Este recorrido lo completamos en unas dos horas y media desde nuestra entrada. Mientras avanzábamos, pudimos deleitarnos con impresionantes formaciones en coladas de gran tamaño.

 

El vivac estaba dividido en tres estancias separadas. Como ya sabíamos, Aben y Toni, nuestros compañeros catalanes, ya habían ocupado una de ellas. Nosotros dejamos nuestro material para dormir en otra y decidimos continuar el descenso. Seguimos bajando por la galería hasta llegar a la emblemática zona de marmitas, la misma que aparece en las postales más conocidas de la Berger. La galería continuaba descendiendo, estrechándose hasta formar un río. A partir de ahí, comenzaba el verdadero reto: alternar pozos con cascadas y largas travesías equipadas con pasamanos. Aunque íbamos ligeros, el trayecto era duro, especialmente si querías evitar mojarte.

 

En este tramo nos cruzamos con varios espeleólogos que ya estaban regresando. Todos mostraban signos claros de fatiga; la cota de -1000 no perdona, y hay que ganársela. El río empezó a llevar más agua, y tras descender por algunas cascadas que esquivábamos mediante rápeles guiados, llegamos al afluente a -1100 m. alrededor de las 19:30. Allí coincidimos con Aben y Toni, que no dudaron en quedarse como Dios los trajo al mundo para hacerse la típica foto en esa cota, tapados únicamente con una pegatina de «I love Berger«. Por supuesto, nosotros también aprovechamos para sacarnos nuestras fotos junto a la cascada antes de iniciar el regreso.

 

Comenzamos la subida a las 20:00. El grupo se estiró rápidamente, con Ángel en cabeza, yo siguiéndolo de cerca, y Pedro y Chechu quedándose un poco atrás. Al cabo de una hora, Pedro me avisó que Chechu estaba teniendo problemas físicos debido a la sobrecarga en los cuádriceps. El trabajo excéntrico que exige la bajada le había pasado factura, y ahora tenía dificultades para mantener el ritmo. Decidimos reagruparnos y continuar a paso más lento, sin muchas paradas, hasta llegar al vivac «Confinadas«, llamado así porque fue el lugar donde un grupo de espeleólogos tuvo que esperar ser rescatado tras una súbita crecida del río por lluvias.

Pedro, siempre práctico, preparó algo de comida caliente y descansamos alrededor de 30 minutos con nuestros ponchos puestos. Durante el descanso, me quité los guantes y noté que mi mano izquierda estaba muy hinchada. Había sentido un entumecimiento en una de las verticales, y desde entonces, la mano me dolía bastante al intentar cerrarla.

Reanudamos la marcha y seguimos subiendo, adentrándonos de nuevo en el curso del río, que estaba equipado con pasamanos interminables. La progresión cuesta arriba era aún más dura, pero finalmente salimos del curso del río. Allí nos encontramos con Ángel, que había subido solo y estaba helado, sentado con el poncho al revés y una vela debajo para intentar calentarse. Le convencimos de darle la vuelta al poncho y cambiamos la vela por el hornillo. En pocos minutos, su cara había cambiado por completo.

Con el grupo reagrupado, retomamos la marcha. El grupo se estiró de nuevo, pero siempre manteníamos las luces de los compañeros a la vista. Cerca de las 2:00 de la mañana, llegamos al campamento a -500 m. Estábamos agotados y lo único que queríamos era irnos a la cama lo antes posible. Solo Chechu parecía tener la suficiente entereza para insistir en montar nuestro vivac, el cual se había comprado específicamente para este tipo de travesías. Era de material transpirable con una cara reflectante para retener el calor. En menos de 10 minutos, lo teníamos montado bajo el plástico de la organización. Una vez dentro y con los puntos calientes funcionando, la moral del grupo se recuperó, y el hambre nos golpeó de repente. Pedro, con su equipo de cocina de silicona y sus mezclas de comida desecada, nos preparó unos espaguetis de arroz, que acompañamos con queso y embutido francés. Cerca de las 3:00, dimos por terminada la jornada y nos echamos a dormir. Poco después, Aben y Toni llegaron también al campamento, y tras despedirnos de ellos, caímos rendidos.

 

31 de julio: Misión cumplida.

Nos levantamos a las 11:00, descansados pero con los cuerpos aún sintiendo el esfuerzo del día anterior. Pedro, como siempre, nos deleitó con un desayuno a base de una mezcla de café, proteínas y cereales. Tras comer, empezamos a caminar hacia la salida, aunque esta vez la subida fue más dura. Llevábamos encima todo el material con el que habíamos dormido, lo que hacía que el progreso fuera más lento.

En los primeros pozos, nos cruzamos con otros espeleólogos, una pareja de chicos y una chica que venían muy cargados porque habían cogido mucha agua. Les ofrecimos pastillas potabilizadoras y decidieron dejar parte del peso en ese punto. Después de los pozos, llegó el turno de los meandros. La progresión por los meandros con la saca fue especialmente agotadora, salvo para Pedro, que llevaba una saca de «corcho pan». Por suerte, no nos cruzamos con demasiada gente en esa parte de la cueva.

 

Finalmente, salimos a la superficie alrededor de las 18:00, junto a nuestros amigos Aben y Toni. Tras un breve descanso en la boca de la cueva, emprendimos la caminata de vuelta al coche y el trayecto hacia el campamento, al que llegamos cerca de las 21:00. Después de una aventura tan agotadora, decidimos que lo mejor era que alguien cocinara por nosotros. Disfrutamos de hamburguesas y platos combinados en el food truck del campamento. Esa noche, una ducha caliente fue el premio que necesitábamos antes de irnos a dormir.

1 de agosto: Día de descanso.

Nos levantamos tranquilos, sin prisa. Desayunamos bien en la carpa del campamento y pasamos la mañana hablando y descansando. Aunque habíamos hablado de hacer planes más ambiciosos, nuestros cuerpos no acompañaban lo que nuestra mente proponía. Finalmente, decidimos pasar la tarde junto al río, tomando el sol y echándonos una merecida siesta.

2 de agosto: Turismo y descanso.

Amanecí con malestar. Había vomitado durante la noche y tenía dolor de estómago, probablemente por haber bebido agua sin tratar en la cueva durante el trayecto de salida. Aunque nos habían advertido sobre no beber el agua de la cueva, en Cantabria siempre lo hacemos sin problemas, así que pensé que no habría ningún riesgo. Mala decisión.

Siguiendo las indicaciones de Marx, un espeleólogo alemán con el que habíamos entablado conversación, tratamos de encontrar un volado de 100 m. para hacer rápel, pero no fuimos capaces de dar con el lugar. A cambio, pudimos dar un paseo con el que disfrutamos de unos bonitos miradores y una curiosa construcción hecha con lajas de roca.

 

Por la tarde, mis compañeros visitaron la cueva Porché Bornillón, guiados por un amable francés que los condujo hasta la boca de la cueva. Mientras tanto, yo seguí recuperándome en la hamaca. Esa noche decidimos emprender el regreso a España la mañana siguiente, con la esperanza de tener tiempo para descansar antes de la vuelta al trabajo el lunes. Pero no sabíamos lo que nos quedaba por delante.

 

3 de agosto: Cuando salir de Francia es más complicado que salir de la sima.

A la mañana siguiente, recogimos el campamento en unas dos horas y, con calma, nos dirigimos al espeleódromo de Autrans, una impresionante instalación con muros de hormigón y gateras integradas en una estructura de piedra caliza tallada. Pasamos un rato observando cómo los franceses practicaban sus progresiones por cuerdas de 7 mm antes de continuar nuestro viaje hacia España.

Sin embargo, tras recorrer unos 50 km por una carretera zigzagueante, el coche comenzó a dar tirones y se detuvo en plena marcha. Al principio, no le dimos mucha importancia, pero el motor se apagó de nuevo. Tuvimos suerte de detenernos en una zona con sombra, justo debajo de unos grandes árboles. La situación no era la más segura, pero dado que el tráfico era lento, priorizamos nuestra comodidad mientras esperábamos la grúa.

Al cabo de unos 30 minutos, Mohamed, el conductor de la grúa, llegó para ayudarnos. Cargó el coche y nos llevó a una zona de servicio donde se estacionaban los vehículos averiados. Allí, nos atendió una señora que, lejos de ser amable, nos cobró unos 300 euros por el servicio, que pagamos con la tarjeta de Chechu.

 

La paciencia fue nuestra mejor aliada. RACE, la compañía a la que habíamos solicitado asistencia, se limitó a pasarnos de unos operadores a otros, y las promesas de llamadas que nunca llegaban comenzaron a frustrarnos. Finalmente, Chechu decidió contactar directamente con la compañía del seguro del coche, Allianz, renunciando a la asistencia de RACE.

A las 22:00, cuando la zona de servicio estaba a punto de cerrar, nos pidieron que saliéramos del recinto con el coche. Lo estacionamos en una zona terriza frente a las oficinas, mientras seguíamos esperando noticias. Por suerte, Allianz respondió, y un taxi vino a recogernos para llevarnos a un hotel cercano. Esa noche, al menos, dormiríamos en una cama.

4 de agosto: Un ángel llamado Jessica.

A pesar del pesimismo de la noche anterior, el día comenzó con una buena noticia. Jessica, la encargada de Allianz, tomó el control de la situación y resolvió todo con gran profesionalidad y humanidad. Aunque el protocolo de la compañía de seguros exigía que si el coche podía repararse en menos de cinco días, nos quedaríamos en Francia, Jessica se encargó de confirmar que era domingo y no había mecánicos disponibles.

Tras cumplir con el trámite, nos informó que había iniciado los trámites para repatriar el vehículo y a nosotros. Pidió un taxi que venía de Barcelona y que nos recogería en el hotel por la tarde. Además, organizó otro taxi para que fuéramos a recoger nuestro equipaje del coche.

Pasamos la mañana en el hotel, disfrutando de la hospitalidad del gerente, que nos invitó a café y dulces para hacer más agradable la espera. Incluso aprovechamos para darnos un baño en la piscina y relajarnos.

A las 16:00 llegó el taxi desde Barcelona, una cómoda Mercedes Vito que nos permitió cargar todo el equipaje sin problemas. Emprendimos el camino hacia Barcelona, charlando con el conductor, que al principio era reservado pero, después de varias horas, empezó a compartir su historia. Nos contó que era boliviano y que había trabajado en el campo antes de dedicarse al taxi. Ahora, como taxista, realizaba viajes de forma habitual para recoger gente en Francia.

Llegamos al aeropuerto de Barcelona sobre las 22:30 y, tras descargar el equipaje, alquilamos dos coches. Optamos por quedarnos a dormir en un hotel en lugar de continuar el viaje de noche. Nos instalamos en nuestras habitaciones, cenamos algo de lo que llevábamos, y nos fuimos a descansar.

 

5 de agosto: El último empujón para llegar a casa.

Nos habíamos puesto de acuerdo para desayunar a las 8:00 en la cafetería del hotel, pero Chechu y yo, que compartíamos habitación, nos quedamos dormidos. Ángel nos despertó con una llamada y bajamos rápidamente, tomamos un café express, y en apenas 15 minutos estábamos de nuevo en el coche, camino de Guadalajara.

El viaje transcurrió sin incidentes. Hicimos una parada, pasada Zaragoza, para comer unos pinchos de tortilla y torreznos, y continuamos el trayecto. Ángel se bajó en Alcolea del Pinar, donde su padre lo esperaba para llevarlo a Molina. Pedro continuó solo en su coche, mientras Chechu y yo nos dirigimos a Alovera, donde dejamos mi equipaje y el material del club. Luego, Chechu y Pedro fueron a entregar uno de los coches de alquiler en Guadalajara.

Finalmente, cuando regresaron, la comida ya estaba lista. Nos sentamos a la mesa, comentamos toda la aventura y nos despedimos. Pedro cogió su coche y se fue a Madrid, y Chechu partió hacia Toledo con el coche de alquiler.

Así concluyó nuestra gran aventura espeleológica, que, debido a la avería, se transformó en una auténtica road movie. Lo que quedará en nuestro recuerdo es una fantástica experiencia de convivencia y amistad, el sello de identidad de este pequeño pero apasionante mundo de la espeleología.

Reflexión final: Una aventura inolvidable.

Esta aventura no fue solo un descenso a la profundidad de la tierra, sino un viaje hacia el compañerismo y la resiliencia. Cada obstáculo, ya fuera en la sima o en la carretera, nos unió más como equipo. Las risas y la camaradería se convirtieron en nuestro refugio ante el cansancio y las dificultades. Desde las bromas en la cueva hasta las largas horas de espera en la carretera, supimos mantener el espíritu alto, compartiendo momentos únicos que reforzaron nuestra amistad. Como espeleólogos, vivimos experiencias que nos conectan con la naturaleza y, sobre todo, con quienes nos acompañan en estas travesías, donde la confianza y el apoyo mutuo son esenciales. Esta aventura será una de esas historias que recordaremos siempre con una sonrisa, sabiendo que el verdadero tesoro fue la compañía que tuvimos en el camino.

Raúl Calero


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Una idea sobre “Sima Berger, <-1.000 m. Francia: Aventura Bajo Tierra y en la Carretera (28-07 al 05-08-2024)

  • Pepe Serrano

    Un absoluto ¡planazo! Qué buen hacer del equipo que habéis ido, con todas las penurias del final del viaje, mantener la alegría y el buen humar. Olé